martes, 17 de septiembre de 2013

Toribio Rodriguez de Mendoza Collantes

Por: Francisco José Del Solar Rojas

Toribio Rodríguez de Mendoza Collantes es el más importante abogado peruano de fines del siglo XVIII e inicios del XIX, quien gestó los principios de Patria y República en varias generaciones. Sus alumnos –a los que él llamaba hijos–, tanto liberales como conservadores, le guardaron el mayor aprecio y alta consideración, por más de 50 años.


Rodríguez de Mendoza nació en Chachapoyas el 17 de abril de 1750. Sus padres fueron Santiago Rodríguez de Mendoza y doña Juana Josefa Collantes, quienes establecieron familia de alcurnia y solvente economía. Sus estudios primarios los realizó en su hogar. Los superiores en los seminarios de San Carlos y San Marcelo (Trujillo) y Santo Toribio, en Lima (1766). Su brillante inteligencia lo llevó a graduarse de licenciado y doctor en Teología el 24 de diciembre de 1770, a los 20 años de edad, en la UNMSM.

Fue uno de los primeros profesores del novísimo Real Convictorio de San Carlos, fundado en 1771 por el virrey Amat y Juniet, en homenaje al rey Carlos III, motor del “despotismo ilustrado”, y con la finalidad de llenar el vacío en educación que había originado la expulsión de los jesuitas, en 1767. Con ella se clausuraron los colegios mayores de San Martín y San Felipe, que ellos regentaban. Por esta razón, el convictorio comenzó a funcionar en el local del antiguo Noviciado de la Compañía de Jesús. Dicho sea de paso,Amat fue el famoso amante de la actriz Micaela Villegas, La Perricholi.

Toribio fue nombrado titular de la cátedra de Filosofía y Teología, y, a la par, comenzó a estudiar jurisprudencia. Era maestro y
alumno a la vez:“El primer colegial-maestro”, según lo expresó él mismo en su informe como rector (28 de octubre de 1791). Después, en 1773, pasó a enseñar, en su alma máter, la cátedra Maestro de las Sentencias (del filósofo Pedro Lombardo). En 1778 recibió las órdenes menores y el presbiterado.Asimismo, concluyó sus estudios de bachillerato en Sagrados Cánones, en abril de 1779. Se recibió de abogado ante la Real Audiencia de Lima, el 5 de junio del mismo año.

En enero de 1780, se hizo cargo del curato de Marcabal (Trujillo), donde, por un breve período, ejerció su magisterio. Comprendió, entonces, que su vocación era la enseñanza, actividad que nunca abandonó hasta su muerte. Fue el maestro por antonomasia. Toda su vida estudió como alumno y leyó penitentemente cual esforzado profesor de alumnos ávidos por nuevas enseñanzas.

El virrey Teodoro de Croix, protegido del rey Carlos III, llegó al Perú en abril de 1784. Dado que tenía formación ilustrada, se interesó por el convictorio, que en sus 13 años de fundado no había prosperado. Al ver sus deficiencias, dispuso la reorganización y buscó al maestro idóneo para acometer tan ilustrada tarea. Para ello, contó con el consejo de los curas Mariano Rivero y Araníbar y Diego Cisneros, sacerdotes que se caracterizaban por su pensamiento reformador y hasta iconoclasta. El primero era ex discípulo de Toribio y el segundo íntimo amigo de lecturas prohibidas del “nuevo orden”. Sin duda, el escogido fue Rodríguez de Mendoza Collantes.

Fue así como el Caballero de Croix confió el vicerrectorado del convictorio al presbítero chachapoyano, el 3 de febrero de 1785. Un año después, al ver los resultados positivos y ante la renuncia del rector titular, el virrey le encargó, interinamente, el rectorado. De Croix seguía paso a paso los grandes cambios de la gestión del joven clérigo y abogado convertido en maestro. Por ello, decidió nombrarle titular, el 26 de marzo de 1788. De tal suerte, Toribio pasó a ser el primer rector egresado de los propios claustros carolinos.

En honor a la verdad histórica y no en homenaje al biografiado, éste había transformado a San Carlos en el centro de enseñanza del modernismo, de la ilustración, que propugnaba el propio monarca. En tal
condición, Rodríguez de Mendoza acentuó las reformas que inició desde 1785. En este contexto, Toribio, como liberal convicto y confeso, introdujo la enseñanza de una serie de disciplinas de acuerdo con la ilustración y el liberalismo, como las ciencias naturales, matemáticas y las filosofías cartesiana y newtoniana, modernizando la formación en jurisprudencia y cánones.

Hay que resaltar, jurídicamente, en primer lugar, la decisión de Rodríguez de Mendoza de impulsar la enseñanza separada de las cátedras de Derecho Natural o derecho divino, extraterrestre, del Derecho Positivo o las leyes creadas por los hombres como producción telúrica. De ahí que privilegió esto último al difundir el Derecho de Gentes, el cual, al estar referido a ciudadanos y pueblos de otros Estados-nación, a las causas y justificaciones de la guerra, al gobierno o administración de libre albedrío del pueblo, etcétera, constituía un crisol en permanente ebullición de libertad, igualdad, de mutuo y recíproco respeto entre los países. Éste, posteriormente, fue llamado Derecho Internacional Público (DIP), dentro de la perspectiva “racionalista” o, en otras palabras, de la escuela de los ilustres juristas como Grocio, Puffendorf, Hobbes y Locke, entre otros. Recordemos que ellos fueron las columnas de inspiración revolucionaria de Montesquieu y Rosseau, para producir sus grandes ideas libertarias contra el absolutismo, la tiranía y la desigualdad.

En segundo lugar, al crear la cátedra de Filosofía Moral, en la cual, en estricto análisis de contenido, lo que se enseñaba era Derecho Constitucional, por cierto, naciente o incipiente, empero, con profundas raíces revolucionarias que sustentaban la aplicación del Derecho de Gentes para cada nación o pueblo. De ahí que la enseñanza del Derecho Constitucional había sido expresamente prohibida por el rey. Sin embargo, la inteligencia y audacia de Toribio, lo llevaron a inventar ese nombre para introducir los estudios constitucionales de Estados Unidos de América (1776) y de Francia (1789). Además, con esta concepción planteó la generación de un derecho nacional o patrio desligándolo del derecho romano, con lo cual profundizó la enseñanza del derecho indiano que se aplicaba y desarrollaba en el país. Con ello, Rodríguez de Mendoza se adelantó a la escuela histórica del derecho del jurista alemán Federico Carlos Savigny.

En suma, el flamante rector puso a San Carlos a la vanguardia de la UNMSM y, es más, propició que los alumnos carolinos destacados enseñaran en su alma máter, forjando la primera generación de liberales que, años después, serían los grandes constructores teóricos de la República y del estado de derecho, que, lamentablemente, no llegó a cuajarse por la influencia de la oligarquía tanto militarista como económica, más que social o aristocrática, la misma que fue ninguneada por el Libertador Simón José Antonio de Bolívar y Palacios durante su dictadura en el Perú (1823-1826). De ahí la frustración de los liberales y el incumplimiento de la promesa de los ideales republicanos, después tantas veces exigida por el pueblo a lo largo de los siglos XIX y XX.

Empero, regresemos al San Carlos renovado por Rodríguez de Mendoza, reconocido, más tarde, como prócer de la Independencia. En él estudiarán y dictarán cátedra Vicente Morales y Duárez, Manuel Lorenzo de Vidaurre y Encalada, José Faustino Sánchez-Carrión Rodríguez, José Joaquín de Olmedo Marurí, Francisco Javier Mariátegui Tellería y la mayoría de ilustres peruanos que levantaron las banderas insurgentes de entonces. Las reformas llevadas a cabo fueron tales que la Santa Inquisición desconfiaba de ellas y del rector carolino, por lo que el inquisidor Francisco de Abarca le amonestó severamente por las cátedras impartidas, máxime las de los derechos Natural y de Gentes, a cargo de José Antonio de Vivar, el 17 de octubre de 1788. Empero, no todos los alumnos abrazaron el liberalismo de su rector. Hubo también destacados conservadores como los ilustres juristas Manuel Pérez de Tudela Vilches, Carlos Pedemonte y Talavera, entre otros.

Por fortuna, Toribio tuvo, en su gestión rectoral, gran apoyo no sólo del virrey De Croix, sino también de su ex discípulo Rivero y Araníbar, el cual fue nombrado vicerrector. En especial, de su amigo de intimidades intelectuales el padre jeronimiano Cisneros, y de su antiguo compañero de estudios en el seminario de Santo Toribio, el conspicuo y brillante abogado e ilustrado José Baquíjano y Carrillo, tercer Conde de Vistaflorida, quien, además, posteriormente, donó su propia y riquísima biblioteca al convictorio. Dicho sea de paso, autor del famoso Elogio al virrey Agustín de Jáuregui y Aldecoa, en el cual, descarnadamente, expresó las injusticias de la administración peninsular en la colonia. Finalmente, asimismo, del egregio jurista español Ambrosio Cerdán de Landa y Pontero, oidor de la Audiencia de Lima y, como tal, designado juez protector y director de estudios del convictorio. Por último, del ilustrado presbítero guayaquileño José Ignacio Moreno.

El rector carolino participó abiertamente en la Sociedad Académica Amantes del País y colaboró en la revista Mercurio Peruano, al lado de los abogados Baquíjano, Morales, Cerdán y Jacinto Calero y Moreyra, del médico Hipólito Unánue y los sacerdotes Cisneros y Cipriano Jerónimo Calatayud, entre otros. Institución creada en 1790 con el propósito de gestar una “idea general del Perú”. Fue aprobada el 19 de octubre de 1792 por el propio virrey Francisco Gil de Taboada y Lemus, sucesor del Caballero de Croix. El nuevo virrey Gil, igual o más ilustrado que su antecesor, ratificó a Rodríguez de Mendoza en el cargo de rector, después de haberle sometido a una investigación e informe que estuvo a cargo del oidor Cerdán. Tampoco estuvo ausente la mano protectora del padre Cisneros. Fue entonces cuando Toribio impulsó la enseñanza de la geografía e historia peruanas, dando nacimiento al esfuerzo por crear una identidad y unidad nacionales. De igual manera, posteriormente fue acogido con beneplácito por el virrey Ambrosio O´Higgins, reemplazante de Gil.


El prestigio académico y liberal del convictorio llegó a ser tal que las autoridades –a partir del virrey Gabriel de Avilés– comenzaron a disminuirle los recursos asignados, con la finalidad de congelar la cuna de futuros líderes insurgentes e incomodar al motor inmóvil aristotélico de este crisol de peruanidad y revolución. Otra medida fue nombrar vicerrector de la UNMSM a Rodríguez de Mendoza, el 30 de junio de 1801. Así tenía que desempeñar ambos cargos. Se buscaba su renuncia por cansancio. Lo cual, obviamente, no se produjo. El espíritu y alma del factotum carolino seguían presentes en las aulas y corredores de la vieja casona ex jesuita, cuyos alumnos capitanearon la reacción doctrinal, intelectual y periodística contra el absolutismo. Ésta tuvo que ser afrontada con inteligencia y radicalismo por el virrey José Fernando de Abascal y Sousa, Marqués de la Concordia, desde 1806 hasta 1816.

El largo rectorado de Toribio en el convictorio le hizo inamovible. Su pétreo prestigio, sagacidad política y brillante inteligencia aseguraban su permanencia en el cargo, pese a las dudas y desconfianzas que había respecto a su fidelidad al rey y a su fe cristiana.Al inicio no tuvo problemas con Abascal; empero, a medida que pasaba el tiempo la situación comenzó a empeorar. Específicamente, después de 1810, cuando el alumno carolino Sánchez-Carrión exigió un mejor y más justo gobierno de la metrópoli para la colonia, en su discurso homenaje tributado a Baquíjano por su nombramiento como consejero de Estado. A partir de entonces, las relaciones del virrey con el rector fueron más que tirantes. Cada día que pasaba, el primero observaba y cuestionaba las enseñanzas y acciones del segundo. Sin embargo, le respetaba y toleraba.

El clímax de esta álgida situación se produjo en 1813, cuando en homenaje al primer aniversario de la Constitución de las Cortes de Cádiz (1812), el convictorio –léase Rodríguez de Mendoza– volvió a elegir a Sánchez-Carrión para pronunciar el discurso de orden. A la ceremonia asistió el virrey, quien, al decir del ilustre historiador Raúl Porras Barrenechea, tuvo que tragarse los sapos del irreverente José Faustino. Fue entonces cuando Abascal pensó y luego dispuso una visita e investigación en San Carlos. Empero, en este lapso Toribio fue elegido diputado por Trujillo a Cortes. Poco tiempo después, el virrey, Marqués de la Concordia, decidió renunciar y recomendó para el cargo al mariscal de campo Joaquín de la Pezuela. Éste asumió el virreinato en 1816 y fue quien ordenó la visita dispuesta por su antecesor. Nombró para ella al regalista radical Manuel Pardo y Rivadeneyra. Con el informe de éste se materializó la clausura del convictorio, el 31 de mayo de 1817. De la Pezuela tenía la siguiente convicción: “En San Carlos hasta las piedras eran insurgentes.”

Rodríguez de Mendoza no viajó a Cádiz, porque el rey Fernando VII no sólo rechazó someterse a las Cortes, sino que, además, anuló la Constitución en 1814. En Europa soplaban vientos adversos contra los ideales libertarios. Se consolidaba nuevamente el viejo orden monárquico con corruptas cortes. En este contexto, Toribio comprendió –al igual que José Faustino– que mejor era renunciar antes de ser expulsado. De ahí que maestro y discípulo se adelantaron unos meses a la drástica medida del virrey. Los dos próceres decidieron empujar la revolución tras bambalinas. El primero desde su canonjía teologal y el segundo en el foro, en espera de mejores tiempos. El virrey De la Pezuela nombró en el rectorado de San Carlos al clérigo y jurista conservador Pedemonte y Talavera, destacado egresado de las aulas carolinas.

Toribio seguía, minuciosamente, marchas y batallas de los ejércitos libertadores tanto del sur como del norte, comandados por los generales José de San Martín Matorras y Bolívar y Palacios, respectivamente. Estudió y analizó a estos personajes, y convivió, igualmente, sus afanes revolucionarios. Apoyó la llegada de San Martín y fue uno de los primeros en aprobar en sesión de cabildo abierto la Independencia, y, asimismo, suscribió el Acta de la Independencia, el 15 de julio de 1821.

Pese a su avanzada edad, 71 años, participó activamente en la Sociedad Patriótica y se asoció a la Orden del Sol, creada por el generalísimo argentino con el fin de “discutir todas las cuestiones que tengan un influjo directo o indirecto sobre el bien público”. Integró y aportó su gran formación jurídica en la Comisión de Constitución. Se le nombró presidente de la Junta Conservadora de la Libertad de Imprenta, cargo que desempeñó con pulcritud jurídica. En este contexto, discrepó de los avances políticos sanmartinianos llevados a cabo por el ministro Bernardo Monteagudo, quien quería imponer medidas monárquicas, aunque liberales y constitucionales. De ahí que se adhirió y respaldó las ideas republicanas defendidas por sus antiguos discípulos carolinos, entre ellos Sánchez-Carrión Rodríguez, el célebre Solitario de Sayán. Dicho sea de paso, Toribio tuvo dos hermanos, Pedro y Antonio, quienes también apostaron febrilmente por la Independencia y la República.

San Martín fracasó militar y políticamente en el Perú. Buscó el apoyo de Bolívar. En Guayaquil, se reunieron ambos generales de la independencia sudamericana, el 26 de julio de 1822. Después, el Protector del Perú decidió retirarse del país y concretar la instalación del primer Congreso Constituyente, evento que se realizó el 20 de setiembre del mismo año. Toribio Rodríguez de Mendoza Collantes fue elegido diputado por Trujillo y presidió las sesiones preparatorias de la magna asamblea. La satisfacción y el orgullo del egregio maestro fueron grandes al comprobar que la mayoría de los constituyentes (35 de ellos) era egresada de las aulas carolinas.Ahí estaban Sánchez-Carrión, Olmedo, Mariátegui, Pérez de Tudela, Manuel Tellería y Vicuña, José María Galdeano y Mendoza y Justo Figuerola Estrada, entre otros.Ante tanto júbilo y profundos sentimientos avivados, la sesión de instalación terminó entre sollozos.

Dicho sea de paso, posteriormente fue elegido presidente del Congreso el clérigo y abogado eclesiástico liberal Francisco Xavier de Luna Pizarro y Pacheco, quien no había sido discípulo de Toribio, empero le guardaba un profundo respeto y admiración. Este soberano Congreso aprobó la primera Constitución peruana de 1823, de corte liberal, ideal pero irreal para nuestra realidad de entonces.

Rodríguez de Mendoza sufrió en carne propia el cuartelazo del mariscal José de la Riva Agüero (primer presidente del Perú) y lo rechazó acremente ante la debilidad del Congreso Constituyente, el 27 de febrero de 1823. Tres meses después, el primer golpista de la historia republicana fue depuesto y el Congreso eligió libremente a José Bernardo de Tagle (segundo presidente). Lamentablemente, el Marqués de Torre Tagle terminó traicionando la causa independentista y prefirió ponerse bajo la férula de la autoridad monárquica acantonada en el castillo del Real Felipe, en el Callao. Por esta triste situación, Toribio terminó rechazando a los mandatarios. Las desavenencias, la falta de madurez, de responsabilidad y patriotismo de muchos peruanos le empujaron a apoyar la invitación a Bolívar para que viniera al país con la finalidad de combatir a los realistas. Asesoró a Sánchez-Carrión en su labor política bolivariana hasta ver consumado el triunfo patriota en las batallas de Junín y Ayacucho.

En diciembre de 1824, como un justo reconocimiento a su dilatada labor de maestro, fue elegido rector de la UNMSM. Bolívar le guardó grandes consideraciones y muchísima admiración. Sin embargo, Rodríguez de Mendoza expresó su preocupación cuando el Libertador prorrogó el decreto del 10 de febrero de 1824, que le había otorgado la dictadura. Ya la consideraba innecesaria, porque había concluido la guerra. Esta incómoda situación no pudo comentarla con Sánchez-Carrión, quien vivía en Lurín y se encontraba enfermo, y, además, le adelantó, en ocho días, la partida para reunirse con el Señor.

Toribio Rodríguez de Mendoza Collantes falleció en Lima el 10 de junio de 1825, con inmenso amor y eterna gratitud de todos los peruanos. Liberales y conservadores hicieron un alto en la contienda política dominada por Bolívar, para orar por el gran prócer de la Independencia. Rodríguez de Mendoza y José Faustino Sánchez-Carrión Rodríguez, maestro y alumno, paradigmas jurídicos de sus respectivas generaciones, estuvieron unidos por el cordón umbilical del Real Convictorio de San Carlos, crisol de la justicia, de la igualdad y del derecho, alimentado por el fuego de la libertad y la dignidad humanas, y, así también, de la peruanidad que las generaciones posteriores no hemos sabido cultivar y desarrollar.

El presbítero fue autor de De Theologiae preambulis ataque locis selectas (1811) con la colaboración del clérigo De Rivero y Araníbar, obra reeditada por la UNMSM en 1950 con la traducción del maestro y abogado Luis Antonio Eguiguren Escudero; y Defensa de la carta publicada… sobre la devoción del corazón de María Santísima (1813). Por su posición teológica y de fe, el ilustre historiador y abogado José de la Riva Agüero y Osma ha referido que Rodríguez de Mendoza era “un presbítero sospechoso en materia de fe” y el historiador no menos ilustre Jorge Guillermo Leguía Iturregui trata de convertir al insigne clérigo chachapoyano en un Vigil, es decir, igual al cura heterodoxo y abogado eclesiástico Francisco de Paula González Vigil, tal como lo apunta el egregio historiador jesuita Rubén Vargas Ugarte, S.J.

Lo cierto es que, después de 40 años, otro egresado carolino, maestro y colegial a la vez, y rector de su alma máter, el obispo y jurista Bartolomé Herrera Vélez, será el antípoda de Toribio Roríguez de Mendoza Collantes, al cambiar en el convictorio, en 180 grados, la ideología y el programa implantados por el viejo rector. Ambos personajes fueron iguales y opuestos, en muchas cosas. En lo primero, brillantes, enciclopedistas, clérigos y reformadores educativos. En lo segundo,Toribio fue rico, de alcurnia, liberal, irreverente y hasta iconoclasta, amante de la soberanía popular. Bartolomé fue pobre, huérfano, conservador y agazapado en el poder del reinante militarismo republicano defensor de la soberanía de la elite intelectual. Este último se empeñó en opacar, por decir lo más, o en superar, por decir lo menos, al anciano ex rector. Nos llama poderosamente la atención que el monumento a Rodríguez de Mendoza haya desaparecido del parque Universitario, donde fue instalado en 1924, no así el de Herrera, colocado en el mismo lugar y ocasión, pudiendo ser observado desde el vetusto local del convictorio, hoy antigua casona de San Marcos. Afortunadamente, en lo que fue el templo carolino –en la actualidad Panteón Nacional de los Próceres– podemos ver el modesto busto de Toribio.

Uno de los primeros biógrafos de Rodríguez de Mendoza fue el destacado historiador José Toribio Polo. Luego su homólogo Leguía Iturregui. También, el no menos egregio historiador y abogado Guillermo Lohmann Villena y, finalmente, el colega Raúl Chanamé Orbe.

El Tribunal Constitucional ha creado la Medalla Constitucional Toribio Rodríguez de Mendoza, como justo homenaje a nuestro egregio personaje, con el fin de distinguir a los ciudadanos cuya vida sea ejemplo de defensa de la Constitución, de la democracia y el estado de derecho.

* Publicado en el suplemento Jurídica, del diario El Peruano, N° 79, el 31 de enero de 2006.

Fuente: http://www.reporterodelahistoria.com


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